Por fin estaba en casa, rápidamente me dirigí a mi dormitorio y de dos rápidos movimientos lancé mis zapatos contra la pared, mientras me desabrochaba la camisa, saludé a mi amado piano con una caricia, hoy no estaba de humor para hacerlo sonar y con éste ya hacían varios los días que no me sentía con ánimos. Rápidamente me precipité sobre mi cama. Había sido un largo y duro día de palmaditas en la espalda y de ya le llamaremos. Estaba ya desesperado de la misma historia y deseaba quedarme dormido para evitar pensar que mañana me esperaba un día por lo menos similar.
Cuando por fin el sopor estaba venciéndome, me despertó aquella sinfonía, parecía venir de detrás de alguna de las cuatro paredes de mi dormitorio, el sonido era el de un clarinete y su dueño estaba interpretando una sinfonía que en mi estado, produjo un fulminante efecto sedante.
Mientras me debatía entre sueño o realidad y siempre con aquella melodía de fondo, pensé que llevaba ya algunos meses viviendo en aquel diminuto ático y desde que me había trasladado, no había oído nunca algo similar, supuse que tendría nuevos vecinos.
Cuando desperté, me sentía relajado, aquel anónimo músico sin saberlo, me había ayudado a descansar y esto me animó a tocar mi antiguo piano. Me desperecé y me dirigí hacia mi preciado instrumento, aparté el banco y me senté, puse mis ásperas manos sobre sus marfiles teclas y comencé a tocar. Desde el inconsciente me surgieron las notas que me habían ayudado a conciliar tan reparador sueño y poco a poco me fui animando a tocar diferentes melodías.
Después de un tiempo me entró hambre, así que tomé algo ligero, preparé los nuevos currículums y me acosté, mañana sería un duro día, como siempre.
Cuando el diabólico despertador sonó, me puse el traje y bajé las escaleras del bloque, esa mañana no cogería el ascensor, quería saber si el nuevo huésped era de mi edificio. Por fin llegué al portal pero parecía que no era del bloque, ya que ninguna caja había en los descansillos y desilusionado me precipité a la calle en busca de trabajo.
Pasaron los días y parecía que la persona que tocaba aquel clarinete, había tomado las 22:00, como su hora de entrenamiento, ya que siempre que llegaba a casa sobre esa hora, justamente cuando el reloj marcaba las 22:00, el clarinete empezaba a sonar y con el tiempo llegué a acostumbrarme a aquel sonido, pero parecía que el maestro solo manejaba una sola melodía, porque siempre era la misma.
Un día, mientras subía por el ascensor, pensé:
-“¿Porqué no le acompaño con mi piano?, igual que yo le oigo, él me oirá”.
Así lo hice y cuando eran las 22:00 y comenzó a sonar su habitual sonata, emprendí mi sutil acompañamiento a mí desconocido intérprete. Al contrario de cómo me había imaginado, mi oculto amigo, comenzó a tocar con mas fuerza y yo entusiasmado como hacía mucho, le seguí.
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos tocando la misma melodía pero recuerdo que no me cansaba de hacerlo y tuvo que ser el sueño quien interrumpiera aquel éxtasis. Sin darnos cuenta, nos habíamos metido en noche cerrada y al día siguiente tendría que madrugar.
Cuando desperté, estaba entusiasmado por lo acontecido y decidí no ir a buscar trabajo, quedándome esperando con un silencio sepulcral, deseando que mi vecino entrenara también a otras horas. Pero las horas pasaban y ninguna melodía sonaba, solo cuando llegaron las 22:00 volvió a sonar aquella maravillosa y para mi ya conocidísima melodía, tan puntual como el despertador de las mañanas. Como era de esperar lo volví a acompañar en su entrenamiento nocturno y en los días sucesivos lo seguimos haciendo, siempre a las 22:00.
Una noche llegó nuestra furtiva hora, pero mi confidente musical no apareció, lo esperé horas y acabé por acostarme sin escucharlo. Al día siguiente tampoco hizo acto de presencia y así pasaron los días y mi piano sin él, parecía huérfano.
Entonces un día, decidí preguntar a mi vecina por el inquietante músico. Ella era una persona que conocía a muchos residentes al llevar muchos años viviendo allí y pensé que si ella no sabía quien era, nadie más podría saberlo, por lo que diligente fui hacia su puerta y de manera nerviosa pulsé su timbre. A los pocos segundos noté que alguien se apoyaba en la puerta mirando por la rejilla y al fin se abrió.
-“Buenas ¿desea algo?”
(Dijo con voz sorprendida, ya que pocas veces coincidíamos)
- “Si, buenas, perdone que la moleste, pero querría preguntarle algo sobre un nuevo vecino, quisiera saber donde vive, el dueño de ese clarinete que tantas noches podemos escuchar, ya que me gustaría hablar con él.”
(Dije ansioso de saber su identidad)
La señora se quedo mirándome unos segundos pensado y por fin dijo:
-“Perdone que le diga pero yo no conozco la llegada de nadie nuevo a la urbanización.”
(Me replicó)
-“Si, verá señora, siempre suena a las 22:00, parece ser que es la hora que emplea para entrenarse, pero hace unos días…”
La anciana me interrumpió antes de que pudiera terminar la frase y dijo:
-“¡Ah! si, recuerdo que siempre tocaba a las 22:00, siempre era la misma canción, llegaba a cansarme ya. Pobre muchacha.”
En su rostro se dibujó un gesto de compasión.
- ¿Pobre?, ¿que sucede?
(Pregunté angustiado)
- “¿No lo sabía?,¿ la dueña de su piso no se lo dijo?, la chica a la que se refiere, vivía en su piso, antes de que usted se mudara… la pobre, se suicidó… pobre muchacha, por eso su madre vendió su piso, dicen que la encontraron ahorcada en su habitación...”
Cuando por fin el sopor estaba venciéndome, me despertó aquella sinfonía, parecía venir de detrás de alguna de las cuatro paredes de mi dormitorio, el sonido era el de un clarinete y su dueño estaba interpretando una sinfonía que en mi estado, produjo un fulminante efecto sedante.
Mientras me debatía entre sueño o realidad y siempre con aquella melodía de fondo, pensé que llevaba ya algunos meses viviendo en aquel diminuto ático y desde que me había trasladado, no había oído nunca algo similar, supuse que tendría nuevos vecinos.
Cuando desperté, me sentía relajado, aquel anónimo músico sin saberlo, me había ayudado a descansar y esto me animó a tocar mi antiguo piano. Me desperecé y me dirigí hacia mi preciado instrumento, aparté el banco y me senté, puse mis ásperas manos sobre sus marfiles teclas y comencé a tocar. Desde el inconsciente me surgieron las notas que me habían ayudado a conciliar tan reparador sueño y poco a poco me fui animando a tocar diferentes melodías.
Después de un tiempo me entró hambre, así que tomé algo ligero, preparé los nuevos currículums y me acosté, mañana sería un duro día, como siempre.
Cuando el diabólico despertador sonó, me puse el traje y bajé las escaleras del bloque, esa mañana no cogería el ascensor, quería saber si el nuevo huésped era de mi edificio. Por fin llegué al portal pero parecía que no era del bloque, ya que ninguna caja había en los descansillos y desilusionado me precipité a la calle en busca de trabajo.
Pasaron los días y parecía que la persona que tocaba aquel clarinete, había tomado las 22:00, como su hora de entrenamiento, ya que siempre que llegaba a casa sobre esa hora, justamente cuando el reloj marcaba las 22:00, el clarinete empezaba a sonar y con el tiempo llegué a acostumbrarme a aquel sonido, pero parecía que el maestro solo manejaba una sola melodía, porque siempre era la misma.
Un día, mientras subía por el ascensor, pensé:
-“¿Porqué no le acompaño con mi piano?, igual que yo le oigo, él me oirá”.
Así lo hice y cuando eran las 22:00 y comenzó a sonar su habitual sonata, emprendí mi sutil acompañamiento a mí desconocido intérprete. Al contrario de cómo me había imaginado, mi oculto amigo, comenzó a tocar con mas fuerza y yo entusiasmado como hacía mucho, le seguí.
No recuerdo cuanto tiempo estuvimos tocando la misma melodía pero recuerdo que no me cansaba de hacerlo y tuvo que ser el sueño quien interrumpiera aquel éxtasis. Sin darnos cuenta, nos habíamos metido en noche cerrada y al día siguiente tendría que madrugar.
Cuando desperté, estaba entusiasmado por lo acontecido y decidí no ir a buscar trabajo, quedándome esperando con un silencio sepulcral, deseando que mi vecino entrenara también a otras horas. Pero las horas pasaban y ninguna melodía sonaba, solo cuando llegaron las 22:00 volvió a sonar aquella maravillosa y para mi ya conocidísima melodía, tan puntual como el despertador de las mañanas. Como era de esperar lo volví a acompañar en su entrenamiento nocturno y en los días sucesivos lo seguimos haciendo, siempre a las 22:00.
Una noche llegó nuestra furtiva hora, pero mi confidente musical no apareció, lo esperé horas y acabé por acostarme sin escucharlo. Al día siguiente tampoco hizo acto de presencia y así pasaron los días y mi piano sin él, parecía huérfano.
Entonces un día, decidí preguntar a mi vecina por el inquietante músico. Ella era una persona que conocía a muchos residentes al llevar muchos años viviendo allí y pensé que si ella no sabía quien era, nadie más podría saberlo, por lo que diligente fui hacia su puerta y de manera nerviosa pulsé su timbre. A los pocos segundos noté que alguien se apoyaba en la puerta mirando por la rejilla y al fin se abrió.
-“Buenas ¿desea algo?”
(Dijo con voz sorprendida, ya que pocas veces coincidíamos)
- “Si, buenas, perdone que la moleste, pero querría preguntarle algo sobre un nuevo vecino, quisiera saber donde vive, el dueño de ese clarinete que tantas noches podemos escuchar, ya que me gustaría hablar con él.”
(Dije ansioso de saber su identidad)
La señora se quedo mirándome unos segundos pensado y por fin dijo:
-“Perdone que le diga pero yo no conozco la llegada de nadie nuevo a la urbanización.”
(Me replicó)
-“Si, verá señora, siempre suena a las 22:00, parece ser que es la hora que emplea para entrenarse, pero hace unos días…”
La anciana me interrumpió antes de que pudiera terminar la frase y dijo:
-“¡Ah! si, recuerdo que siempre tocaba a las 22:00, siempre era la misma canción, llegaba a cansarme ya. Pobre muchacha.”
En su rostro se dibujó un gesto de compasión.
- ¿Pobre?, ¿que sucede?
(Pregunté angustiado)
- “¿No lo sabía?,¿ la dueña de su piso no se lo dijo?, la chica a la que se refiere, vivía en su piso, antes de que usted se mudara… la pobre, se suicidó… pobre muchacha, por eso su madre vendió su piso, dicen que la encontraron ahorcada en su habitación...”
Precioso relato Sutil,enhorabuena.
ResponderEliminarSaludos.
De forocluembo.